Deshumanizar al «Otro»

La primera vez que fui al Museo del Prado me emocionó ver el cuadro de Goya, El 3 de mayo en Madrid, o «Los fusilamientos«.

Estuve media hora mirándolo, recordando las miles de veces que lo había visto en libros o en internet. Es la misma emoción que sientes cuando has estudiado y explicado obras de arte y, por fin, puedes verlas con tus ojos.

Como sucede con los genios de la cultura, un hecho histórico se transforma en un mensaje universal que traspasa el tiempo y el espacio. La genialidad del ser humano es esta: vivimos en un espacio y tiempo concretos y podemos plasmar con las palabras, las manos y las mentes ideas, pensamientos y sentimientos válidos para todos los tiempos y espacios.

Este cuadro de Goya es justo uno de esos ejemplos, de cómo la cultura expresa aspectos de la naturaleza humana que la definen en sí misma, más allá de la temporalidad.

En el cuadro hay cuatro grupos: los que se enfrentan a la muerte; los que ya están muertos; los que esperan su turno para afrontar su final y, por último, los que matan.

De estos cuatro grupos, Goya pinta detalladamente la cara sólo de quienes están más cerca del pelotón de ejecución, y la del hombre muerto más cercano al pelotón. Morir es un hecho totalmente humano, y cuando matas a un hombre su cara es la única arma que tiene para defenderse: ¡su rostro te recuerda que es un hombre como tú! La violencia siempre ha intentado deshumanizar a quien sufre esa violencia: tenemos el caso de los campos de concentración, en los que un prisionero era un número y no un nombre, SU NOMBRE.

Deshumanizar al «otro«, al «diferente«, es el primer paso para ejercer sobre él la violencia. No ejerces la violencia contra otra persona que, como tú, es padre, marido, hijo. No. La ejerces contra alguien al que ya le has desposeído de su «ser humano» (en el sentido de «existir como ser humano«). El adjetivo con el que le nombras (judío, negro, nacionalista, independentista, italiano, alemán, inmigrante, etc.) se usa como arma arrojadiza para anular y hacer olvidar que antes de nada somos personas.

El populismo tiene esta gran capacidad: culpa a alguien, especialmente al «diferente«, haciendo desaparecer el hecho de que lo que nos une (somos seres humanos) es mucho más de lo que nos divide (lengua; cultura; ideas; color de la piel; religión). La política actual ha entrado en esta deriva: deshumanizar al adversario como si no tuviera sentimientos y experiencias humanas que nos aproximan mucho más de lo que nos dividen.

Delante de este populismo deshumanizador se encuentra el grupo de personas que no quieren ver que están a un paso de tener el mismo destino que las personas que se encuentran delante del pelotón de ejecución, o que yacen ya en el suelo, sin vida. Es esa gran parte de la sociedad que está sumida en la cultura del individualismo, y que sólo actúa cuando está en juego el «qué hay de lo mío». El populismo, siempre que ha alcanzado el poder, lo ha hecho porque una gran parte de la sociedad miraba a otro lado; esa misma sociedad se daba cuenta después, cuando ya era demasiado tarde, de que había ayudado a crear el «monstruo». Gran parte de los políticos de hoy fomentan esta falta de actitud «crítica» llevando la política al plano de las emociones y no de las razones.

Por último, están los hombres que forman el pelotón de ejecución. No se les ve la cara. La violencia no tiene rostro porque está en la naturaleza humana. La mirada de un niño es lo más desarmante que hay en su desnudez y simplicidad. Mirar a los ojos de la persona a la que vas a matar: sólo quien no ve al otro como ser humano puede hacerlo. Ahí es cuando se convierte en monstruo.

El pelotón no tiene cara y está impasible porque ya ha borrado de su mirada el rostro del «otro«. Ha deshumanizado a su víctima.

Cuando el ser español, catalán, negro o blanco, religioso o agnóstico, se vuelve el centro del debate social y político, olvidando que la comunidad de seres humanos que somos es lo más importante, estamos cometiendo los mismos errores que llevaron a Europa al desastre.

Cuando la política económica deshumaniza todo; cuando la política deshumaniza el adversario; cuando la mayoría se cubre el rostro para no ver, lo único que nos queda es la luz que ilumina el rostro de quien abre las manos delante del pelotón de ejecución y grita, sin palabras, que delante tienen solo a un hombre. Y el «ser» humano es lo único que tenemos que valga la pena en nuestra existencia.

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